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Estoy habituada a volar entre nubes que aterrizar me cuesta una vida. Suena incongruente lo que dire a continuación pero voy a tener que comenzar a creerme el cuentico de que soy famosa. Aunque aún siento extraño cuando camino por las calles de alguna ciudad y la gente me reconoce. Cuando no disimulan en lo más mínimo su mirada puesta en mí. Lo primero que hago es acomodarme los colochos con en terror de que alguno que otro haya amanecido más rebelde de lo acostumbrado. Rarísimo pero lo voy a decir audiblemente para que se enteren hasta mis ancestros que me gusta un montón. ¿Qué cosa? ¡El ser famosa! Mi sonrisa es lo más evidente que pudiese existir, más evidente que mis fans. La obviedad es clara, ya no puedo pasar desapercibida aunque nunca pase desapercibida a los ojos del amor. Clave. El caso es que van por ahí señalandome, derritiéndose como azúcar. De lejos mecen eufóricamente sus manos saludándome y tomando fotos que seguramente no me favorecen en lo más mínimo. Gritan mi nombre sin temor ha dejar su último aliento en aquel intento por hacer que me detenga y gire mi atención hacia ellos. Y yo ya sé lo que va a suceder si me detengo, una emboscada, que al final del día voy a agradecer. Es una tremenda locura darse cuenta que existen personas, esas que llamamos fans que están dispuestos a hacer lo que sea por un instante de felicidad. Una foto, un autógrafo, un contacto...todo. Yo solo quiero estampar en ellos mi sonrisa, únicamente mi sonrisa...